Cuentan Diógenes y Cicerón que, en algún momento de la historia griega, Pitágoras, respondiendo a su amigo y admirador, el tirano Fliunte, la interrogante: ¿cuál es tu oficio, Pitágoras?; respondió: “filósofo”. Esta sentencia sorprendió muchísimo a Fliunte por un motivo en particular: era la primera vez que escuchaba esta palabra. En seguida, Pitágoras ilustró lo siguiente:
La vida es como los días en los Juegos [Olímpicos], pues la gente acude a ellos por tres causas distintas: unos para competir por la gloria (los atletas); otros para hacer negocio (los comerciantes) y un tercer grupo simplemente para contemplar todo espectáculo. Estos serían los filósofos, dueños de la vida contemplativa. (Hernández de la Fuente, 2012)
Si entendiéramos a la contemplación en sentido clásico, como Platón, diríamos que es el Scholé (escuela) es decir la libertad del trabajo que nos permite cultivar el conocimiento. Y si, por otro lado, lo entendiéramos como Cicerón diríamos que es el Otium, se podrían entender como el entretenimiento libre pero marcado por la filosofía y literatura. Lastimosamente, en una época marcada por el consumo y un entretenimiento cada día más banal, el término ocio ha derivado a un sentido peyorativo que escapa de sus inicios y se refugia en un placer desmedido y sinsentido: la televisión y el espectáculo son un buen ejemplo de esto.
La ruptura de la idea de ocio nos lleva a contemplar la idea de la crisis. Momentos en los que la aparente normalidad se ve resquebrajada por vicisitudes, como, por ejemplo, el término de la Edad de Oro griega o la caída del Imperio Romano. Encontramos en la contemplación una actividad no sólo provechosa sino necesaria. La necesidad de pensar y repensar nuestro presente que constituye nuestro futuro requiere de dolor y sacrificio. Barylko, señala:
Cuando la apariencia entra en crisis, cuando falla, si estás dispuesto a darte cuenta, se produce la fractura. La realidad se desgarra como un velo, ahí te detienes, y piensas. Pero saber que uno sale de la oscuridad a la luz es una dicha. (p.11)
Conscientes de las dos características mencionadas: ocio y crisis; tomemos un momento para pensar nuestra situación. La llegada del coronavirus a la historia de la humanidad nos ha recordado nuestra naturaleza más molesta. Nuestra fragilidad. Como diría Pascal, atendiendo a su metafórica igualdad entre el hombre y una caña: “Pero aun cuando el universo le aplastase, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto que él sabe que muere y la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe nada.” (p.81) Precisamente nuestra capacidad de pensar, nos invita a hacer lo mismo que la gran mayoría de gobiernos pide: nada. O dicho de otra manera, preguntarnos por nuestra propia subsistencia en orden de cumplir con dignidad un designio marcado de nacimiento. Hacer uso de nuestra razón.
Pareciera que la pandemia nos hubiera encerrado en nuestras cavernas, no platónicas, y hubiera vertido en nosotros el ocio en un contexto de crisis, es decir: nos han enviado una invitación a pensar. Ahora, “hacer filosofía” puede sonar muy pretencioso, sin embargo, y sin ánimo de incurrir en clichés, recordemos la capacidad de admiración que ahora, en crisis, es alimentada cada día por un flujo de información del que gozamos y muchas veces sufrimos. Un ejemplo sencillo, pero no por ello menos interesante, es el impacto ambiental del encierro. Muchos afirman que los humanos somos el virus. Este análisis nos compromete como especie, en una evaluación seria, a replantear nuestro comportamiento en el ecosistema del que somos parte.
De la misma manera en la que nos damos cuenta de que el ambiente ha mejorado, por nuestros sentidos: observar un horizonte limpio, un arcoíris en Lima o animales que regresan a sus hábitats; también somos capaces de presenciar otros cambios drásticos: el modelo educativo, la ayuda a sectores económicos poco favorecidos o la compra excesiva de recursos. Acciones que cuestionan nuestra capacidad de aprender-enseñar, el uso de la violencia, la solidaridad y la indiferencia humana. No somos ajenos al contexto, no somos inconscientes de la crisis y sí, somos capaces de preguntarnos cuestiones tan simples y esenciales cómo: ¿por qué?
Como afirmaría Sartori: “Es verdad que el video-niño podría preguntar y saber cuántos discursos pronuncia el Papa cada día. Pero esto no le interesa y ni tan siquiera sabe quién es el Papa.” (p.134) Si nuestra cotidianidad nos resulta aburrida, tediosa y rutinaria; sumado a una invasión de contenido multimedia que debilita nuestra capacidad de abstracción y nos mantiene absortos en una quimera de libertad – cantidad y velocidad de información compartida – no recaemos en lo que realmente debería sorprendernos y liberarnos: el asombro. Frente a esta situación, la ruptura de esta dirección informativa representa ese desgarro al que Barylko se refiere, y nos sugiere nuestro lugar en el universo inconsciente como seres pensantes que somos.
Para finalizar, me gustaría recordar las palabras del Doctor en filosofía Miguel Polo Santillán (2020), en un trabajo publicado para la Universidad Nacional Mayor de San Marcos:
En estos días hay sobre información acerca de la enfermedad y su “lucha” contra ella. Hay una saturación que, en lugar de educarnos, nos produce confusión y temor. Así que espero, con estas reflexiones, no contribuir a aturdimiento colectivo. Hegel nos decía que la filosofía llega tarde, como el búho de Minerva que alza vuelvo con el crepúsculo. Quizá estos pensamientos se eleven antes de tiempo o quizá también debemos dejar la metáfora hegeliana, por una que nos ayude a pensar lo que acontece, sobre todo porque el futuro mismo está desarrollándose ahora (p. 5)
Respondamos, entonces, a esta invitación de manera afirmativa: sin miedo a preguntar y sin miedo a responder. Tengamos una actitud activa, crítica y responsable, frente a la nueva normalidad a la que nos enfrentamos. No perdamos nuestra humanidad. No dejemos de cuestionar. No dejemos de filosofar. Cuando todo va mal, pensar nos es útil para mejorar.
Felipe Zenteno Pacheco
Adjunto de investigación – DIDÁCTICA
Referencias:
Barylko, J. (1997). La filosofía: una invitación a pensar. Planeta.
Hernández de la Fuente, D. (2012). La escuela del ocio: tiempo libre y filosofía antigua.
Pascal, B. (1986). Pensamientos, ed. y trad. J. Llansó, Madrid: Alianza.
Polo M. (2020). UN VIRUS VUELTO VIRAL. PENSAR SISTÉMICO EN TIEMPOS DE PANDEMIA. abril 01, 2020, de UNMSM, facultad de letras y ciencias humanas Sitio web: https://letras.unmsm.edu.pe/blog/un-virus-vuelto-viral-pensar-sistemico-en-tiempos-de-pandemia/
Sartori, G. (2012). Homo videns: la sociedad teledirigida. Taurus.
¡Excelente artículo!
Muchas gracias por su apreciación, Ana. Saludos.